domingo, 11 de marzo de 2012

HISTORIAS DE UN CHAPERO PIJO

Padre, hijo y yo en medio

Que nadie se asuste con el título. No va la experiencia de incesto, o al menos de incesto completo.

Era un día caluroso, a principios de agosto. Madrid, en esas fechas,empieza a ser una ciudad fantasma, pero en contra de lo que se pueda pensar, para mi negocio de chapero es una buena época. Casados que se quedan solos, heteros solteros con ganas de probar, gente de paso por esta ciudad, que libera lo más prohibido de cada uno.

La mañana había sido normal, con un servicio, y la tarde, pensaba que sería tranquila. Tumbado desnudo en el sofá del estudio, con el aire acondicionado a tope, dejaba pasar las horas leyendo. Cuando sonó el teléfono, tuve la tentación de no cogerlo. Pero al final, con pereza infinita, me levanté a descolgar. En mi mente iba fraguando la disculpa que podría poner si quien llamara no me estimulara lo suficiente como para trabajar aquella tarde.

Una voz ronca sonó al otro lado. Y fue directo al grano. Era un padre casi cincuentón, con un hijo de 20 años. Me explicó brevemente que su hijo creía que era gay, lo cual no le suponía ningún problema. Pero prefería que antes de que cualquier desaprensivo le cogiera por ahí y le hiciera daño, quería que fuera a un sitio como el mío, que se lo había recomendado un amigo (no le pregunté quién era el amigo, evidentemente. Discreto siempre), para que su hijo experimentara un poco y sintiera si efectivamente los hombres eran lo suyo.
No negaré que aluciné un poco, y me recordó a esos compañeros míos de colegio que ya casi con un pie en la universidad, se dejaban acompañarpor su mamá para que les hiciera la matrícula. Pero al fin y al cabo, el dinero es el dinero, y si el padre quería que fuera así y el hijo lo consentía, problema de ellos. Y evidentemente el tema me había estimulado lo suficiente como para hacer aquel día de pereza, el servicio.

Quedamos a primera hora de la noche, que la temperatura habría bajado algo. Faltando como casi siempre a la norma de que fueran ellos a mi terreno, me acerqué hasta el Paseo de Rosales, lugar donde vivía aquella familia acomodada. Estaba claro que aquellos días padre e hijo se habían quedado solos, y me divertía pensar en cómo la mamá y el resto de los hijos (si es que tenían más) estarían descansado en algún lugar, satisfechos de lo bien que cuidaría el progenitor a su querido primogénito. Nadie como un padre para guiar por el buen camino...

A esas horas no había portero, así que pulsé el botón del piso y sin mediar palabra, me facilitaron el pase. El padre estaba en todo, nada de testigos que pudieran después irse de la lengua.
Subí hasta el séptimo piso, y llamé en la puerta que me indicaron. Cuando abrió el padre, casi prefería que fuera para él el servicio, porque era del tipo maduro que me pone. Me mandó pasar y contra la costumbre, no me guió hacia un salón, sino que le seguí por un largo pasillo hasta un dormitorio, decorado en blanco y negro, con una cama de matrimonio y un sofá a los pies.
Me pidió que esperara un momento, que iba a avisar a su hijo, y que podía ir desnudándome. Estaba claro, aquello sería cualquier cosa menos morbosa, porque la actitud del padre era como la de un médico que pide a un paciente que se quite la camisa para reconocerle.
Me desnudé, me di unos cuantos meneos para ponerme la polla mediomorcillona y que cuando viniera el hijo se animara. A ver qué quería el niño.
Al rato, casi 15 minutos después, entraron los dos en la habitación. A mi mente volvió la imagen de los niños siendo acompañados por papá y mamá en su primer día de cole. El hijo me saludó algo cortado, eso sí, sin dejar de mirar mi polla, e hizo un comentario sobre ella. Y eso que no estaba más que medio morcillona.
La situación era un poco subrealista para mí. Los tres en la habitación, yo en bolas, y padre e hijo mirándome. En estas, el padre solamente dijo una palabra, algo así como ¡venga!, y empezaron los dos a desnudarse. Estaba a punto de decir que qué estaba pasando ahí, que si querían trio les iba a costar más caro, cuando el padre me dijo que él no iba a participar en nada, pero que si no me importaba- a su hijo no- se quedaría mirando, sentado en el sofá. ¡Vaya, un numerito de mirón habemus!
Siendo sincero, dado que a mí quien me ponía era el padre, saber que le iba a tener allí mirando, me produjo un empalme casi instantáneo. Así que como el hijo ya estaba desnudo, empecé la acción.
Me acerqué al chaval, y empecé a magrearle los huevos y la polla con una mano, mientras con la otra le pellizcaba los pezones. El niño no era tal, porque fue tocarle y cogerse una temprera de cojones. La polla se le puso mirando al techo en segundos. Las dudas de aquel chaval sobre su sexualidad me cabían a mi en una muela.
Dirigí al chaval para que se pusiera de espaldas al padre, para darme la oportunidad a mi de observar a placer al progenitor y ver qué coño hacía. Apoyé mis manos en los hombros del chico obligándole a que se arrodillara y me comiera la polla. Enseguida se la metió en la boca, y yo, mientras, miraba con todo descaro al padre. Éste se había sentado con las piernas bien abiertas, y su pollón, porque aquello era un auténtico pollónde más de 20 cm creí yo adivinar, se estaba poniendo bien duro. No se tocaba, pero la polla al subir, dejó ver unos huevazos afeitados de la leche, duros y redondos, con la piel bien tersa, de los que me gusta a mi comer, vaya.
El padre me miraba pero no decía nada. Cada gesto mío lo seguía con atención. Parecía que estaba más interesado en saber qué sentía yo que su propio hijo.
El chaval la mamaba muy bien ( no era su primera vez seguro ). Y con cada nueva lengüetada, mi morbo se acrecentaba, insinuándome más y más al padre. Cogí la cabeza del hijo y comencé a follarle la boca, me pellizcaba los pellones, decía frases calientes al hijo, pero dirigidas al padre (¡así cabrón, chupamela así, toma polla cerdo, es lo que querías, chupa mi nabo!)
El padre comenzó a sobarse su cipote y aquello me excitó más a mí. Estaba claro que quienes estábamos follando con la cabeza eramos el padre y yo, aunque físicamente estuviera en medio el hijo.
Me senté al borde de la cama, frente al padre, abriendo bien mis piernas, enseñándoles a ambos el culo. Al hijo para que me lo comiera, para que metiera su lengua en mi ojete. Al padre, para que se excitara más y más. Aquella lengua joven entraba y salia con voracidad de mi culo, me lo chupaba, metía toda su cara entre mis nalgas, resoplaba allí dentro. Y el padre, a cada gesto mío de placer, me correspondía con otro suyo. Yo daba las ordenes al padre, pero obedecía el hijo.

El chaval, después de estar así un buen rato, al final se atrevió a pedirme algo: quería que me lo follara. De nuevo era para mí el padre quien me lo pedía. Le di la vuelta, le puse mirando de frente a su padre, le agaché la espalda y me dispuse a clavársela. En ese momento, el padre solamente dijo que usara goma. Por supuesto, claro. A pelo se lo haría solamente a él si se dejara.
Yo no sé si el hijo notó el empalme de su padre, pero ni dijo nada ni hizo intención de nada hacia él. Como si no estuviera en la habitación.
Mientras preparaba al joven para meterle mi polla, realmente estaba preparando al padre para follármelo mentalmente. Éste, según doblaba su hijo la espalda para ofrecerme su agujero, se deslizó hasta el borde del sofá, y subió las piernas, dejándome a la vista su culo peludo y su ojete bien abierto. Joder, ni al padre ni al hijo creo que fuera la primera vez que se los follaban. El niño dilataba de cojones, y nada más meterle mi capullo, ya tenía el culo dispuesto para metérsela hasta los huevos. Aquel culo estaba chorreando y bien caliente, que fue como envolverme la polla en una toalla caliente y húmeda.
A cada embestida mía, el padre se metía más y más los dedos en su culo.Seguíamos el mismo ritmo, el mismo juego que habíamos empezado: estaba follando con el padre siendo instrumento el hijo.
La enculada fue buena, le embestía cada vez más fuerte, chocando mis huevos con aquellas nalgas blancas. Y a cada embestida mía, el padre cerraba los ojos y dejaba escapar un gemido de placer.
Me excitaron como un cabrón, lo reconozco. Me quedaba quieto, mi polla dentro del culo del chaval, y notaba como éste me la apretaba con los músculos del culo, como me atrapaba para que no la sacara. Y así, después de descansar un momento, volvía a cabalgarle a tope.
El chaval estaba a cien, la polla chorreándole, y se comenzó a pajear con tanta fuerza, que noté que se iba a correr inmediatamente. Así lo hizo. Noté cómo temblaba todo, cómo las piernas le flaqueaban, cómo un orgasmo le inundaba entero. Y soltó un chorrazo de leche que alcanzó la pantorrilla de su padre.
A mí, ver aquello, ver la lefa del hijo sobre la pierna del padre, me dio tal descarga de placer, que casi me corrí dentro del culo jovencito.
El chaval salió de la habitación para ir a limpiarse, dejándonos solos al padre y a mí. El padre seguía mirándome. Me acerqué, pero él me dijo que si quería, únicamente le pajease, que aquel era su límite. Fue decirlo y le agarré aquel pollón para ordeñarlo. Me excitaba aquella fruta prohibida, me excitaba el no poder metérmelo en la boca, le deseaba y a la vez, me estaba vetado.
El padre comenzó a gemir cada vez más y más rápido. Los jadeos de untío a mí me vuelven loco, y le masturbaba con más fuerza. El orgasmo que sintió aquel hombre fue bestial: abría y cerraba la boca, casi ya chillaba de placer, y cuando le llegó la corrida, se le arqueó la espalda y soltó un chorrazo de leche como el hijo, que de casta le venía al chaval.
A momento entró el hijo, con unas toallitas de papel para que su padre se limpiara, y volvió a salir.
El padre se levantó del sofá, sacó la cartera de un cajón de la mesilla, y me dio el dinero convenido. Mi polla seguía tiesa, pero estaba claro que el cliente ya estaba satisfecho y que pedía que me marchara. Así que me la metí como puede dentro del vaquero, me puse la camiseta y salí de aquella casa, más caliente que la noche que hacía fuera.
Pero en honor a la verdad, debo decir que les dejé una propina en aquel edificio, especialmente al padre. Me monté en el ascensor, dí al bajo, pero toqué la tecla de stop a mitad de camino. El ascensor quedó entre dos piso, y allí, me volví a sacar la polla que seguía muy dura. Mirándome en el espejo del ascensor, imaginando que aquel maduro de unos pisos más arriba me follaba allí, me pegué un pajote de la hostia.
Al salir del ascensor, mi firma de aquella noche resbalaba por el espejo, en forma de lagrimones de esperma. Me hubiera gustado poder escribir: toma cabrón, para .

Claro que con aquella firma, también perdí a dos posibles buenos clientes, porque nunca más me llamaron.

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